Mujeres que corren con los lobos

«Un cuento es un mensaje de ayer, destinado a mañana, transmitido a través del hoy».

AMADOU HAMPÂTÉ BÂ
(Recolector, contador y poeta africano)

Desde la noche de los tiempos, los hombres, las mujeres y los niños de todas las latitudes y todas las tradiciones, bajo todos los cielos, escuchan cuentos maravillosos para oír hablar de manera simbólica sobre la iniciática aventura del camino espiritual. Mujeres que corren con los lobos nos permite conocer esos cuentos que le hablan al alma y entender mejor sus mensajes, para ser capaces de expresar —apoyadas en sus símbolos— las secuencias de imágenes arquetípicas. Dentro de nuestras propias experiencias de vida, estas imágenes surgen del orden de lo inefable, lo indecible y el misterio. Dejándonos elegir por los cuentos, descubrimos juntas la riqueza infinita de su sentido y la multiplicidad de las palabras narradoras, enriqueciéndonos así las unas a las otras.

«La Mujer Salvaje es una especie en peligro de extinción».

Así comienza el libro Mujeres que corren con los lobos, de Clarissa Pinkola Estés. Nos dice también que la Mujer Salvaje no es alguien que va a dejarse atrapar por conceptos. Podemos reconocer su presencia a través de las sensaciones que deja en nosotras cuando pasa. ¿Una huella? ¿Un aroma? ¿Una sombra? Los sentidos nos permitirán reconocerla.

Si abrimos espacio para la vida, la Mujer Salvaje se presentará; y si ella viene, aprenderemos. No del modo habitual en el que estamos acostumbradas a aprender, sino de una manera que se parece más a «recordar».

Algo se despierta, se despereza, se siente nombrado dentro de nosotros.

«La naturaleza femenina ha sido saqueada, rechazada y reestructurada. Durante miles de años, fue relegada a un territorio yermo de la psique. Las guaridas de la Mujer Salvaje se han arrasado, y sus ciclos naturales fueron obligados a adaptarse a unos ritmos artificiales para complacer a los demás», dice el libro. Transmite la convicción de que la maltrecha vitalidad de las mujeres puede recuperarse realizando excavaciones psíquico- arqueológicas en las ruinas del subsuelo femenino.

La palabra «recuperación» es clave en este libro. Es una palabra excelente para nosotras, porque «nos pone en el camino». A veces, lo que primero recuperamos es el recuerdo de haber perdido algo que, sin embargo, no sabíamos que teníamos. Son muchas las recuperaciones que vamos haciendo en el largo camino de retorno a nosotras mismas. Las vamos descubriendo mientras avanzamos en nuestra vida. La relación con la corporalidad, con nuestra voz, con el movimiento; la relación con el silencio, con la quietud, con los rituales... Se habla muchas veces de «recuperar una cierta calma».

También necesitamos recuperar el sentido del espacio para salir de lo apretado y reducido, y acceder a lo amplio. Utilizamos la voz de nuestra vida, de nuestra mente y de nuestra alma para recuperar la intuición y la imaginación. La Mujer Salvaje nos apunta en voz baja las palabras, y nosotras la seguimos. Tiene muchas cosas para enseñarnos. Es preciso, también, recuperar una cierta visión, una visión más amplia que nos permita ver más allá de lo evidente y aprender las maneras de la psique instintiva natural. A través de este arquetipo, el de la Mujer Salvaje, podemos discernir las maneras y los medios de la naturaleza instintiva más profunda, la que reestablece la antigua sabiduría. El objetivo es la recuperación de las bellas y naturales formas psíquicas femeninas, y la ayuda a ellas mismas.

Los mitos y los cuentos nos dan interpretaciones que aguzan nuestra visión, y nos permiten distinguir y reconstruir el camino trazado por la naturaleza salvaje. Las enseñanzas que transmiten nos infunden confianza para seguir avanzando en el camino que conduce al conocimiento cada vez más profundo de nosotras mismas.

En otra de sus obras, la autora nombrará ese proceso de profundización en el conocimiento como la mayor libertad de las mujeres: la de seguir «reenraizándonos» en el territorio de nuestra psique.

Eligió llamar de esta manera al arquetipo que propone rescatar, porque son dos palabras que resuenan: «mujer» y «salvaje». Los nombres con los que nombramos esa naturaleza hacen vibrar algo en nosotras que llama a una puerta interior. Abren un pasadizo que hace que «algo muy antiguo» resuene adentro.

El parentesco con lo salvaje es «eso» que tañe en nuestro interior, que hace vibrar lo que dice «¡Sí!». Lo sentimos, aunque no lo comprendamos intelectualmente. Puede que «eso» que tiembla en el interior, y que se mueve cuando se escuchan esas palabras, haya sido enterrado bajo un exceso de domesticación o que haya sido prohibido por la cultura que nos rodea haciéndolo ininteligible, pero está allí, y cuando oye su nombre, se manifiesta de algún modo, a veces de manera fugaz, pero nos hace sentir el deseo de seguir adelante.

Algunas mujeres sienten el aroma de lo salvaje cuando gestan o cuando paren a sus hijos, en las relaciones amorosas, cuando cuidan un jardín o contemplan la belleza, ante la naturaleza, a través de las emociones, el latido del corazón, la música o las palabras habladas o escritas... Es «eso» que nos recuerda de qué materia estamos hechas. Nacimos de esa naturaleza, y de ella derivamos en esencia.

El anhelo aparece cuando nos damos cuenta de que le dedicamos poco tiempo a la hoguera mística, a la vida creativa o a la obra de nuestra alma.

Es decir, hay experiencias que —tanto por la belleza como por las pérdidas— nos hacen sentir desnudas, alteradas y ansiosas de ir en busca de esa naturaleza salvaje. Una vez que las mujeres la hayan recuperado, lucharán con todas sus fuerzas por conservarla, porque la vida creativa florece con ella, las relaciones cobran significado y profundidad, se reestablecen los ritmos; ya no somos blanco de las depredaciones de los demás, y tenemos el derecho a crecer y a florecer, como todo en la naturaleza. Adquirimos algo —más bien «alguien»— dentro de nosotras que nos dice cómo seguir a continuación, y esa relación que establecemos con ella resplandece a través nuestro. El arquetipo de la Mujer Salvaje envuelve el alfa matrilineal, lo cual quiere decir que es un arquetipo que dirige y guía a todos los otros arquetipos femeninos. Ella engendra todas las fuerzas importantes de la femineidad.

Está claro que «salvaje» no quiere decir «falto de control», sino algo que tiene la integridad de la existencia natural provista de límites saludables. La Mujer Salvaje es la fuerza que está detrás de la naturaleza instintiva. Es tan inmensa que no tiene un solo nombre, aunque sean muchos los que aluden a ella. Es importante darle un nombre, el que sea más evocador para cada una, porque de esa manera se la puede llamar y se puede reestablecer, entonces, todo el ecosistema que viene con ella, y crear así un ámbito de pensamiento y sentimiento en nuestro interior. Así vendrá y, si la valoramos, se quedará.

No es una religión, sino una práctica. Una práctica no quiere decir una repetición de gestos, sino un tipo de acción particular, específica, en la que confluyen la atención, la intención y el sentir, en un hacer sostenido. Es una psicología en el sentido más esencial del término, es decir el logos, el conocimiento del alma, un conocimiento que nos aguza el oído para escuchar el alma. Entonces, la Mujer Salvaje es la salud de todas las mujeres. Es nuestra base. Sin ella, la psicología no tiene sentido.

Para comprenderla, captarla, aprovechar lo que nos ofrece y transparentarla —ya que viene al mundo a través de nosotros—, tenemos que interesarnos más por los pensamientos, sentimientos y esfuerzos que fortalecen a las mujeres, y tener en cuenta los factores interiores y culturales que las debilitan.